El desperdicio de alimentos a nivel global alcanzó en 2022 una cifra alarmante de 1,050 millones de toneladas, según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en colaboración con WRAP. Esto representa una quinta parte de los insumos producidos a nivel mundial y equivale a la pérdida de 1,000 millones de comidas diarias, generando un impacto económico de 1 billón de dólares. Al mismo tiempo, 783 millones de personas padecen hambre, lo que subraya el contraste y la gravedad del problema.
El sector doméstico es el mayor responsable del desperdicio, con un 60% del total, equivalente a 631 millones de toneladas. Esto se atribuye a la compra excesiva de alimentos y al mal cálculo de porciones. Los servicios comerciales de alimentación contribuyen con el 28% del total, mientras que los minoristas aportan un 12%. En las cadenas de suministro, la falta de mecanismos de refrigeración y las prácticas empresariales de desechar alimentos en lugar de reutilizarlos intensifican el problema, favorecidas por tarifas de residuos bajas o inexistentes en muchos mercados.
El desperdicio de alimentos tiene un impacto ambiental significativo. Genera entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y utiliza cerca del 30% de las tierras agrícolas a nivel mundial. Si se considerara al desperdicio alimentario como un país, sería el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero, después de Estados Unidos y China. Además, esta situación contribuye al avance del cambio climático y supone un obstáculo para alcanzar metas globales como las del Objetivo de Desarrollo Sostenible 12, que busca reducir a la mitad el desperdicio alimentario para 2030. Hasta la fecha, solo 21 países han incorporado esta meta en sus estrategias nacionales.
El promedio global de alimentos desechados por persona es de 132 kilogramos al año. África del Norte supera esta cifra con 140 kg por persona, mientras que Micronesia presenta el índice más bajo, con 34 kg anuales. En América Latina y el Caribe, el desperdicio promedio alcanza los 95 kilogramos por persona. La falta de sistemas adecuados para monitorear y calcular el desperdicio sigue siendo un desafío importante, especialmente en países de ingresos bajos y medios, lo que dificulta el desarrollo de políticas efectivas para abordar el problema.