Aunque a menudo pensamos que la Tierra tiene una sola luna, la realidad es más compleja. Existen asteroides denominados cuasilunas que, aunque no están gravitacionalmente vinculados al planeta como la Luna, parecen acompañarlo en su órbita alrededor del Sol durante períodos prolongados. Uno de estos objetos, conocido como 2004 GU, ha recibido recientemente un nombre oficial: Cardea, en honor a una diosa de la mitología romana.
Descubierta en abril de 2004 como parte de un proyecto que buscaba identificar objetos potencialmente peligrosos, Cardea es un asteroide de aproximadamente 200 metros de diámetro. Aunque orbita el Sol, su trayectoria la mantiene cerca de la Tierra, lo que la convierte en una compañera fiel desde hace 400 años. Los cálculos astronómicos indican que esta relación continuará durante al menos 600 años más, hasta que una interacción gravitacional con Venus altere su órbita y se aleje lentamente de nuestro planeta.
El nombre de la cuasiluna proviene de una diosa romana asociada con los umbrales de las puertas y la protección de los hogares. En latín, cardo significa «bisagra», un concepto que simboliza el movimiento y la conexión, características que reflejan la relación orbital de este asteroide con la Tierra.
La Unión Astronómica Internacional organizó un concurso abierto al público para nombrar a 2004 GU. De las 3,000 propuestas recibidas, se seleccionaron siete nombres de diferentes culturas. Finalmente, Cardea fue el elegido, destacando por su simbolismo y relación mitológica.
Además de Cardea, otras cuasilunas notables incluyen 2016 HO3, 3753 Cruithne y 2023 FW13. Aunque estos objetos suelen ser pequeños y difíciles de observar, los avances tecnológicos de las últimas décadas han permitido su identificación. Algunos, como 2024 PT5, acompañan brevemente al planeta antes de continuar su camino por el sistema solar.
La comunidad científica debate el origen de estas cuasilunas. Algunas teorías sugieren que provienen del cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter. Otras hipótesis plantean que podrían ser fragmentos de la propia Luna, desprendidos tras su formación hace 4,500 millones de años.